En el pasado, el término jarocho hacía referencia a los vaqueros mulatos, hijos de indígenas y africanos, del sur de Veracruz, que usaban lanzas o garrochas conocidas como jaras para arrear y dominar los hatos de reses al estilo andaluz. Detrás de esto hay toda una historia.
Después de la Conquista española, la primera producción ganadera en estas tierras contó con el trabajo de los esclavos negros y se extendió hacia el Sotavento novohispano (término marítimo, administrativo y militar que definía el espacio al sur del puerto de Veracruz, en contraposición al Barlovento, al norte de dicho punto), que comprendía desde el puerto veracruzano hasta lo que hoy es el noroeste de Tabasco, pasando por la zona mazateca, la mixe, la Chinantla (al norte de Oaxaca) y la región zoque chiapaneca y oaxaqueña.
Recordemos que los conquistadores introdujeron diversas actividades económicas que modificaron radicalmente los paisajes y las costumbres prehispánicas; entre éstas, la ganadería fue una de las que más alteró la producción anterior, pues implicó la importación de animales ajenos a esas tierras y en un principio tuvo que recurrir a la mano de obra conocedora de esa actividad, debido a que la población indígena desconocía el manejo de las reses. De modo que, para aprovechar las fértiles llanuras del Sotavento, los hacendados aprovecharon la experiencia de los descendientes de africanos para extender la producción ganadera por el sur de Veracruz.
En la región del Sotavento es imposible pensar en lo jarocho sin considerar el papel que tuvieron los afrodescendientes durante el periodo novohispano, ya que marcaron un estilo muy particular en las formas de vida en los llanos y en la domesticación del ganado.
Bajo el estilo andaluz, los vaqueros arreaban las reses, a pie o a caballo, con lanzas o garrochas conocidas como jaras, que con el tiempo se convirtieron en una herramienta fundamental para dominar al ganado y también en arma de ataque y defensa. La palabra jarocho proviene de esas jaras con las que amansaban a las reses cimarronas y dirigían el ganado capturado hacia los rodeos.
Desde luego, hay otras versiones sobre el origen del término; sin embargo, los historiadores coinciden en que se refiere a la vaquería más que a otra cosa, sobre todo porque la región del Sotavento se caracterizó por un tipo de ganadería trashumante y extensiva.
En el virreinato, a los vaqueros no se les llamaba jarochos (el término se difundió y popularizó hacia el siglo XIX), y de acuerdo con el historiador José Velasco Toro, eran contratados por un sueldo a cambio de desempeñar una actividad determinada, lo cual era muy poco común, pues durante la época novohispana el trabajo por excelencia fue el esclavizado. Pero, debido a la dinámica productiva que adquirió la ganadería, la esclavitud no floreció como en otras regiones y muy tempranamente resultó antieconómica, por lo que los hacendados recurrieron a la fuerza de trabajo libre y asalariada.
Al principio los vaqueros eran africanos esclavizados, quienes conocían muy bien la vaquería, pero también había cimarrones (negros huidos), ya que los hacendados optaron por darle refugio a estos fugados para sumarlos a sus filas de trabajadores y con ello evitar que les saquearan o robaran sus propiedades. Así, conforme transcurrió el periodo virreinal, comenzó a proliferar en el Sotavento una población descendiente de indígenas y africanos: los mulatos, que luego serían llamados jarochos y podían ser libres siempre y cuando nacieran de madres indígenas.
En palabras de Velasco Toro: “De los negros huidos, de los libertos, de los hijos de negros e indias y de algunos indios, fue como emergió ese grupo social que se fue extendiendo por los llanos y que pronto constituyó una clase trabajadora libre dedicada al difícil arte de la vaqueada: el vaquero jarocho”. Hombres y mujeres a quienes se les permitió montar a caballo; especialistas en la captura, quebranto y manejo del ganado vacuno que paulatinamente crearon una cultura muy característica del sur de Veracruz, la cual ya no sólo representaba a los vaqueros, sino al Sotavento en general.
Los jarochos de hoy
Actualmente, la región del Sotavento ya no es la misma que en la Nueva España, pues sus límites geográficos y culturales se han reducido al espacio comprendido entre la cuenca del Papaloapan y la del Coatzacoalcos. Sin embargo, la cultura sotaventina continúa presente en ciertas regiones de Oaxaca y Tabasco, como el son jarocho, que se toca desde el puerto de Veracruz hasta San Juan Guichicovi, Tuxtepec, Ixcatlán y Ojitlán en Oaxaca, y en Huimanguillo, Tabasco. Sus intérpretes son tanto poblaciones mestizas, como nahuas, popolucas, mixes, mazatecas, zapotecas y chinantecas. A principios del siglo XX, el son jarocho se interpretaba incluso al norte de Veracruz, como en algunas regiones vecinas de Córdoba, Orizaba y Huatusco, aunque actualmente ahí ya no está presente y sólo vive en el recuerdo.
Por su parte, el término jarocho ya no significa lo que hace algunos siglos, sobre todo desde que surgió el movimiento jaranero en los años setenta y ochenta del siglo pasado, cuando se revitalizó el son jarocho. Si bien en la época novohispana –como lo indica el investigador Antonio García de León– los jarochos conformaron el primer anillo de abasto del puerto y una fuerza en pie de guerra para la defensa en caso de un ataque de las potencias enemigas de España, para el siglo XIX sus referencias se transformarían para convertirse en “la esencia de lo propio”, no sólo de los llanos y el campo sotaventino, sino también de esferas más altas y urbanas, entre cuyos miembros estaban los políticos liberales del puerto de Veracruz.